Bikinis: Primark.
Viernes veintitrés de Julio, nos levantamos, desayunamos y hacemos nuestras cosas.
Nos duchamos, nos peinamos, nos ponemos el bikini y nos echamos el make-up de piscina: Eye liner de purpurina, gloss claro y purpurina en el escote; nos vestimos y nos vamos a la piscina.
Nada más llegar buscamos un sitio que tenga sol y sombra, para tomar el sol y ponernos aun más morenas. Dejamos en el césped las mochilas, nos quitamos las sandalias y colocamos nuestras toallas. De repente, Becky y yo nos miramos. Nos reímos juntas, yo me hecho a reír por una tía haciendo top less, y yo pensaba que nos reíamos por lo mismo, pero no, ella se reía por tres tíos que nos habían quedado mirando.
No nos gusta nada que nos miren tanto, y tan descaradamente, así que dejamos la ropa al lado de nuestras mochilas en un montoncito y nos fuimos a bañarnos casi corriendo para alejarnos de allí lo antes posible.
Nos vamos bordeando la piscina a la ducha y nos metemos debajo de ella saltando. Para vuestra información el agua no estaba fría, estaba helada. Mientras caminábamos bajando las escaleras nos sentimos observadas, miramos a la izquierda y los tres mirándonos, así que nos metimos corriendo en la piscina y empezamos a nadar para que no nos viesen, pero nada, seguían con los ojos pegados en nosotras, y con todo el descaro del mundo, sin disimular, con un canteo tremendo.
Pasamos un poco de ellos mientras nos reímos a carcajadas de paridas tontas. Hacemos un par de anchos, yo nadando y Becky buceando. Llegamos agotadas al otro lado de la piscina y descansamos mientras cogemos aire. Estamos en plena forma, además, nadar y hacer ejercicio nos encanta.
De repente les vimos y venían hacia la piscina, nosotras empezamos a nadar y a hacer el tonto, pero uno de ellos, el calvito, no nos quitaba ojo, o al menos nosotras pensábamos eso. Siempre estaba a nuestro lado, cerca nuestra, y nosotras huíamos, por impulso propio. Y luego el otro, el monillo pero feo, se quedaba más rato en la piscina que los otros, siempre que estábamos nosotras dos, él estaba allí, en la piscina, nadando, mirándonos con algo de disimulo. Nos salíamos del agua y salía él, detrás de nosotras, como nuestro guardaespaldas.
Nos tumbamos en la toalla evitando que nos vean, pero nada, nada más salir no encuentran y nos observan, como si fueras niñas y ellos nuestras niñeras. Era agobiante.
La tarde continuó así, nos observaban, nosotras jugamos a las cartas, comimos, escuchamos música y nos bañamos.
Se tiraban todos a la vez, y nosotras igual. Era como una competición absurda, pero divertida. Nosotras les mirábamos tirarse y cuando ellos ya habían salido nos tirábamos nosotras y ellos nos miraban. Era divertido, gracioso. No lo hacíamos para lucirnos, ni mucho menos, lo hacíamos por reírnos, por pasar un buen rato.
Había uno, el de rojo, que estaba bueno, muy bueno, el único que estaba bueno, y era guapo, muy guapo. Y al principio del día, nada, alguna que otra mirada, pero no tantas como las de sus amigos. Pero cuando el día iba acabando teníamos más atención. Extraño.
Luego, una hora antes de irnos llegaron dos chicas, que se cambiaban el sitio según donde se colocaban ellos, para ser atendidas, y lo fueron, pero yo, Marie, me compré un helado, y una avispa se acerco a mi helado, y por instinto me aleje, asustada, y tiré el helado, y se empezaron a reír, por eso y por cosas que no sabíamos.
Estábamos cansadas, muchas miradas, acoso, y luego miran a las tías esas. Y encima se ríen de nosotras. Les mandamos a la mierda, estuvimos a lo nuestro.
Y aquí llega la parte divertida. Nos levantamos, recogemos nuestras toallas y nos ponemos la ropa, y casualmente, ellos hacen lo mismo, cuando no parecía que se fueran a ir. Casualidades.
Nos ponemos nuestros iPod’s y nos vamos, con nuestras faldas, nuestras sandalias, y nuestras mochilas. Nos peinamos en los espejos, nos echamos brillo de labios y salimos fuera. Vemos un periódico y leemos un reportaje sobre Casillas y Sara Carbonero, y otra vez ellos. Detrás nuestra, cogiendo un periódico cada uno.
Cerramos el periódico y lo dejamos donde estaba. Salimos a la calle y vamos por otro camino diferente al de siempre, y al girarnos les vemos a los tres mirándonos desde la esquina. Nos reímos tan solo con mirarnos.
Nos dicen cosas a lo lejos, cosas que nos aseguraban nuestras ideas. Nos miraban a nosotras, es decir, que las miradas maliciosas de las tías que querían ser observadas no nos sirvieron nada más que para reírnos, hacernos pasar un día perfecto. Porque, yo, he llegado a una conclusión, pase lo que pase, vayamos donde vayamos, cuando las dos, Becky y yo estamos juntas siempre es un día perfecto.
Después de reírnos un rato con lo que nos decían, nos dimos una vuelta por el barrio para hacer algo de ejercicio. Y después cada una para su casa.
Por cierto, hemos acabado más que morenos. Ojala estuviésemos siempre así, morenas, durante todo el año.
Viernes veintitrés de Julio, nos levantamos, desayunamos y hacemos nuestras cosas.
Nos duchamos, nos peinamos, nos ponemos el bikini y nos echamos el make-up de piscina: Eye liner de purpurina, gloss claro y purpurina en el escote; nos vestimos y nos vamos a la piscina.
Nada más llegar buscamos un sitio que tenga sol y sombra, para tomar el sol y ponernos aun más morenas. Dejamos en el césped las mochilas, nos quitamos las sandalias y colocamos nuestras toallas. De repente, Becky y yo nos miramos. Nos reímos juntas, yo me hecho a reír por una tía haciendo top less, y yo pensaba que nos reíamos por lo mismo, pero no, ella se reía por tres tíos que nos habían quedado mirando.
No nos gusta nada que nos miren tanto, y tan descaradamente, así que dejamos la ropa al lado de nuestras mochilas en un montoncito y nos fuimos a bañarnos casi corriendo para alejarnos de allí lo antes posible.
Nos vamos bordeando la piscina a la ducha y nos metemos debajo de ella saltando. Para vuestra información el agua no estaba fría, estaba helada. Mientras caminábamos bajando las escaleras nos sentimos observadas, miramos a la izquierda y los tres mirándonos, así que nos metimos corriendo en la piscina y empezamos a nadar para que no nos viesen, pero nada, seguían con los ojos pegados en nosotras, y con todo el descaro del mundo, sin disimular, con un canteo tremendo.
Pasamos un poco de ellos mientras nos reímos a carcajadas de paridas tontas. Hacemos un par de anchos, yo nadando y Becky buceando. Llegamos agotadas al otro lado de la piscina y descansamos mientras cogemos aire. Estamos en plena forma, además, nadar y hacer ejercicio nos encanta.
De repente les vimos y venían hacia la piscina, nosotras empezamos a nadar y a hacer el tonto, pero uno de ellos, el calvito, no nos quitaba ojo, o al menos nosotras pensábamos eso. Siempre estaba a nuestro lado, cerca nuestra, y nosotras huíamos, por impulso propio. Y luego el otro, el monillo pero feo, se quedaba más rato en la piscina que los otros, siempre que estábamos nosotras dos, él estaba allí, en la piscina, nadando, mirándonos con algo de disimulo. Nos salíamos del agua y salía él, detrás de nosotras, como nuestro guardaespaldas.
Nos tumbamos en la toalla evitando que nos vean, pero nada, nada más salir no encuentran y nos observan, como si fueras niñas y ellos nuestras niñeras. Era agobiante.
La tarde continuó así, nos observaban, nosotras jugamos a las cartas, comimos, escuchamos música y nos bañamos.
Se tiraban todos a la vez, y nosotras igual. Era como una competición absurda, pero divertida. Nosotras les mirábamos tirarse y cuando ellos ya habían salido nos tirábamos nosotras y ellos nos miraban. Era divertido, gracioso. No lo hacíamos para lucirnos, ni mucho menos, lo hacíamos por reírnos, por pasar un buen rato.
Había uno, el de rojo, que estaba bueno, muy bueno, el único que estaba bueno, y era guapo, muy guapo. Y al principio del día, nada, alguna que otra mirada, pero no tantas como las de sus amigos. Pero cuando el día iba acabando teníamos más atención. Extraño.
Luego, una hora antes de irnos llegaron dos chicas, que se cambiaban el sitio según donde se colocaban ellos, para ser atendidas, y lo fueron, pero yo, Marie, me compré un helado, y una avispa se acerco a mi helado, y por instinto me aleje, asustada, y tiré el helado, y se empezaron a reír, por eso y por cosas que no sabíamos.
Estábamos cansadas, muchas miradas, acoso, y luego miran a las tías esas. Y encima se ríen de nosotras. Les mandamos a la mierda, estuvimos a lo nuestro.
Y aquí llega la parte divertida. Nos levantamos, recogemos nuestras toallas y nos ponemos la ropa, y casualmente, ellos hacen lo mismo, cuando no parecía que se fueran a ir. Casualidades.
Nos ponemos nuestros iPod’s y nos vamos, con nuestras faldas, nuestras sandalias, y nuestras mochilas. Nos peinamos en los espejos, nos echamos brillo de labios y salimos fuera. Vemos un periódico y leemos un reportaje sobre Casillas y Sara Carbonero, y otra vez ellos. Detrás nuestra, cogiendo un periódico cada uno.
Cerramos el periódico y lo dejamos donde estaba. Salimos a la calle y vamos por otro camino diferente al de siempre, y al girarnos les vemos a los tres mirándonos desde la esquina. Nos reímos tan solo con mirarnos.
Nos dicen cosas a lo lejos, cosas que nos aseguraban nuestras ideas. Nos miraban a nosotras, es decir, que las miradas maliciosas de las tías que querían ser observadas no nos sirvieron nada más que para reírnos, hacernos pasar un día perfecto. Porque, yo, he llegado a una conclusión, pase lo que pase, vayamos donde vayamos, cuando las dos, Becky y yo estamos juntas siempre es un día perfecto.
Después de reírnos un rato con lo que nos decían, nos dimos una vuelta por el barrio para hacer algo de ejercicio. Y después cada una para su casa.
Por cierto, hemos acabado más que morenos. Ojala estuviésemos siempre así, morenas, durante todo el año.